De mañana. Despedidas.


Las despedidas no siempre son dolorosas.
Algunas son la señal de que Dios y los derechos de las personas existen y se protegen. Otras, son grandes equivocaciones que nos llevan a la peor de las pantallas, como se dice ahora.
Pero bueno, sea cuál sea su categoría, decir adiós es dejar de...
Ayer, después de 20 años, me despedí de uno de mis emblemas: mi coche azul. En él fuimos muy felices mis perros y yo. Cruzamos España de arriba a abajo y recorrimos caminos increíbles.
En él había todavía un rastro sutil de Pispa y Pocha... y habitaba el recuerdo de mi padre cuando lo condujo por primera vez. No puede pasar más miedo, por cierto,  porque era de esos conductores que piensan que van solos en la carretera y dentro del coche.
Pequeño, manejable, útil, económico y sin una fisura: nunca en estos 20 años pasó por el taller, excepto para su revisión anual. 
Los tiempos cambia y los avances -hablando de coches- son protección y seguridad. No está la carretera para ir aportándole peligros extra.
Confieso que lloré al dejarlo allí solo e incorporar a mi vida una nueva vía de escape. Espero que me de otros 20 años de seguridad y compañía fiel.
Adiós, amigo. Tú sabes tantas cosas como yo: sigue guardando mis secretos. 
Feliz último viaje, compañero.


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